Llega el merecido capítulo dedicado a todos y cada uno de los empleados que durante esos años pasaron por Publicidad Matas e hicieron posible su avance. Con un cariñoso y detallado comentario de Marisa Salvá Matas, quien durante muchos años estuvo al pie del cañón en la eleboración de diapositivas. ¡Muchas gracias!
Cap.10 PERSONAL, COLABORADORES E INSTALACIONES
Y ahora echando una mirada atrás veamos cómo fue aumentando el personal que ha colaborado con la empresa.
Como se ha visto empecé solito y mi primer colaborador fue mi hermano José y el segundo Jaime al cual llevo doce años de edad. El tercer colaborador fue nuestro padre.
El trabajo iba aumentando y en 1934 conocí a un aragonés llamado León Esteve (que por cierto de león no tenía nada porque era bajísimo de estatura) sargento de topógrafos el cual se daba muy buena maña para dibujo y rotulado. Asimiló pronto la técnica de la diapositiva y me hacía dibujos a tanto alzado. Este fue el primer empleado que tuve fuera de la familia.
Esteve ya no me daba abasto y me agencié también la ayuda de Pedro Quetglas que bajo el pseudónimo de Xam ejecutaba un curioso dibujo caricaturesco a base de círculos y curvas simétricas.
En Julio de 1936 estalla la guerra civil y mi hermana Antonia que trabajaba de piecera sastresa es adiestrada y deja la sastrería para atender lo poco que se hacía en aquellas circunstancias de diapositivas.
Jaime entra en la mili y se va a la guerra. José, mi padre y yo desaparecemos en 1939. José ya no vuelve y mi padre y yo permanecemos cuatro años alejados de casa.
Entre tanto Antonia se queda solita, pero terminada la guerra la vida va normalizándose y el trabajo aumentando lo que obliga a Antonia a agenciarse la colaboración de José Vila Moncau, catalán que está haciendo el servicio militar en Palma en donde quedaría afincado y trabajaría para nosotros por espacio de doce años. Es uno de los dibujantes más completos que han desfilado por la empresa.
En las postrimerías de 1943 nos reintegramos a casa mi padre y yo y poco después Jaime, una vez terminado su dilatado servicio militar. Toda la familia otra vez unida, a excepción de mi hermano José que muere en Italia, viviendo de las diapositivas y la publicidad.
Al poco se incorpora a nuestro equipo la prima Paquita Hernández en la sección de iluminado y, posteriormente, Paco Urgell que luego se casaría con la prima. Este fue el primer caso de boda entre empleados que luego se repetiría bastantes veces.
La explotación de diapositivas a la península va incrementándose notablemente, lo que nos obliga a trabajar con gran diligencia por mor de la competencia que debíamos afrontar y montamos un estudio de dibujo con un equipo de seis personas de distintas especialidades para conseguir rapidez y perfección.
Tuvimos que recurrir a la cantera valenciana para los dibujantes pese a que siempre debían ser sometidos a un aprendizaje para asimilar la técnica de la diapositiva que por lo regular desconocían.
Este estudio de dibujo nos procuró muchos sinsabores durante unos años porque siempre peleaban entre sí, tal vez por incompatibilidad de sus caracteres, pero afortunadamente luego se pacificó.
La sección de iluminado estuvo casi siempre compuesta por mujeres controladas por Paco Urgell o nuestra hermana Antonia y llegaron a reunirse un número de más de diez cuando las diapositivas iluminadas a mano estaban en su apogeo.
A medida que iba creciendo la parte técnica también había que aumentar como es lógico la parte administrativa llegando a reunir la empresa más de treinta empleados.
Puede ahora decirse que a través de cincuenta años han desfilado un gran número de empleados, unos fugazmente y otros han ido asentándose durante muchos años. Uno llega a considerarlos como de la familia y les va poniendo cariño que parece va a durar toda la vida. Confieso que algunos ceses llegaron a afectarme seriamente por lo sentimental de mi temperamento. Con el tiempo he debido curtirme hasta a llegar a que estos golpes me dejen indiferente. Las características de las relaciones empleado-patrono han ido cambiando mucho. El mundo, se ha vuelto extremadamente materialista y ya no caben sentimentalismos.
Ahora, aunque no sea más que como curiosidad retrocedamos al principio y veamos la evolución de la empresa a través de las instalaciones y sus funciones.
En nuestra modesta vivienda de la calle del Real antes marcada con el número 29 me bastaban una simple mesita y una lámpara colocada estratégicamente para desarrollar mis funciones, pero al iniciarme en la fotografía la cosa ya cambiaba. Habilité una vieja cocina que hacía las veces de laboratorio. Para cubrir las rendijas de la ventana utilizaba un viejo mantón de payesa de la abuela, revelaba sobre los fogones y una ensaladera de mi madre hacia las veces de cubeta para el fijador, lavando las placas en el viejo lavadero de los platos. Una cacerola había sido requisada a mi madre para hacer el revelador y también una mesita de cocina, con el consiguiente disgusto por haberle hecho una ventanilla para poder escribir al trasluz.
Actualmente en que todo está iluminado y mecanizado, cuando llamo la atención a los empleados con la facilidad con que dejan las luces encendidas inútilmente, y les digo que en aquellos tiempos para trabajar debía buscar la luz del día de una ventana porque no podía darme el lujo de tener las luces encendidas, se ríen.
Sobre el año 1932, al regresar de Buenos Aires ya se hizo necesario poder recibir al público y habilitamos un lado de las sala de entrada que separé con un mostrados construido por mí de forma muy rudimentaria aprovechando tablas provenientes de embalajes de aparatos de radio que me regalaron en casa Bisquerra Botinas delegado de Philips. Completaba el mobiliario una mesa construida también por mí con maderas de recuperación.
En 1935 adquirí la primera máquina de escribir Underwood con su correspondiente mesita por 800 ptas. Ahora ya podíamos hacer cartas y albaranes como en una verdadera oficina.
A primera hora de la mañana solía realizar los dibujos que luego reproducía sacando la cámara al patio para aprovechar la buena luz natural y había que ver el trabajito que suponía cuando en invierno se daban días cortos y oscuros o de lluvia pertinaz. Pronto comprendí que había que solucionar este problema y me fabriqué un andamio que sostenía la cámara deslizándose por unas correderas fijadas en el techo. Con la ayuda de mi amigo Ramón Salvá montamos cuatro lámparas correderas para la iluminación de los dibujos. Aquello fue un verdadero alivio. Ya podía reproducir a cualquier hora con la seguridad del centrado y la enorme ventaja de tener la luz siempre correcta.
Por las tardes contaba con la ayuda de mi hermano José que hacía las diapositivas escritas a mano y yo iluminaba las fotografías que Jaimito el hermanito pequeño montaba y cuidaba de entregar. Muchas veces a la una de la madrugada me metía en el laboratorio para tirar unas diapositivas con el fin de que el día siguiente estuvieran secas. Nuestro segundo paso fue construir un secador con un ventilador y una rudimentaria caja. Con ello ya podíamos secar una diapositiva a cualquier hora del día y en breve tiempo.
En mayo de 1946 tenemos la oportunidad de alquilar el entresuelo de Vía Roma 18. Esto me hacía una gran ilusión, al poder tener un despacho en sitio céntrico, pero al mismo tiempo nos asustaba el tener que pagar 225 ptas. mensuales de alquiler. Y en consejo familiar se decide hacer la prueba. Siempre podríamos dejarlo caso de que nuestra economía no pudiera resistirlo, cosa que afortunadamente no pasó y recabamos permiso del propietario para unir dos locales por medio de una escalera en el patio común.
En 1948 al contraer matrimonio paso a vivir en Real, 29 donde hay también el laboratorio y nuestros padres pasan a Vía Roma, 18. Antonia y Jaime se habían casado antes que yo.
En el mismo despacho había que crear unas nuevas instalaciones y con la colaboración de un amigo carpintero hicimos otras mesas, muebles para archivos y unas mesitas ex profeso para la iluminación de diapositivas, siempre utilizando maderas bastas pues no podíamos darnos el lujo de comprar muebles finos para despacho.
Al morir nuestros padres y a mediados de 1957 ante el continuo crecimiento de la empresa llevamos a cabo la primera reforma de una cierta importancia. Derribamos tabiques ampliando salas y embaldosamos el piso haciéndose además puertas nuevas pues el entresuelo quedaba muy anticuado.
Montamos un estudio de dibujo con una gran mesa capaz para seis dibujantes.
Para desarrollar nuestras actividades seguía faltándonos espacio vital. Trasladamos la vivienda a nuestra casa del Molinar poniendo en Real, 29 la sección de iluminado que la sazón estaba compuesta por una decena de personas.
Seguimos moviéndonos estrechamente y en Mayo de 1967 conseguimos tomar el entresuelo contiguo al nuestro que habitaba Miguel Reynés y parte del que tenía Guillermo Reynés como consultorio con lo que el despacho quedaba notablemente ampliado. Daba la sensación que habíamos dado la solución definitiva al problema del espacio. Se embaldosó de nuevo todo el piso con terrazo, se pusieron divisiones metálicas y techos nuevos como también ventanas metálicas. Se montó además una salita equipada para proyecciones a fin de que los clientes pudieran ver sus películas cómodamente y a cualquier hora del día sin necesidad de ir a un cine. La sección de iluminado volvió a pasar al entresuelo pues con la ampliación había quedado espacio suficiente.
Las técnicas en el trabajo van cambiando con el progreso natural al procedimiento fotocolor. Esto me obliga a montar un nuevo laboratorio para procesar, renovarse o morir, y nosotros tenemos especial interés en que la diapositiva no muera. En particular yo, desearía morir antes que la diapositiva que había visto nacer.
Hacía mucho tiempo que el laboratorio de blanco y negro necesitaba una profunda reforma que daba pereza emprender no sólo por su coste sino por el trauma que representaba llevar a cabo esta transformación sin paralizar su marcha y finalmente nos decidimos y se llevó a cabo la complicada obra, quedando el laboratorio en óptimas condiciones.
También al aumentar la fachada en dos ventanas se hizo un nuevo y moderno luminoso de plástico sustituyendo el ya anticuado neón, que abarca toda la fachada y una banderola también luminosa que de noche y en el amplio paseo de la Rambla dan mucha prestancia al negocio.
En lo que fue comedor y alcoba de nuestros padres, montamos un estudio fotográfico con su correspondiente iluminación para poder realizar toda clase de trabajos sin tener que recurrir a colaboradores extraños. El resto de la planta baja quedó habilitado como almacén y archivos.
Y siguiendo el lema de renovarse o morir a principios de 1979 tiene lugar otra importante reforma. Esta vez no es para ampliar, pues no disponemos de espacio vital ni en estos momentos es conveniente que la empresa crezca más, pues la plantilla de personal es una carga pesada y más bien conviene aligerarla. Es más bien una distribución nueva, con un nuevo mobiliario y decoración, todo iniciativa de la joven generación.
En especial Isabel la hija de Jaime dispone las cosas a la moda, que para eso no le falta imaginación. De eso ni Jaime ni yo hemos querido saber nada, pues es obvio que ya estamos pasados de moda, en especial yo, y me asusto cuando pienso en lo que en otros tiempos nos costaba comprar un mueble y la fortuna que ahora gastamos en cosas que a mí ya se me antojan superfluas.
La barrera metálica que hemos colocado en la puerta de entrada sí que me pareció indispensable para combatir los robos, ahora tan divulgados, y de que habíamos sido víctimas en dos ocasiones.
De una triste lamparita que me alumbraba para trabajar en 1924 hemos pasado a tener hoy entre oficinas y laboratorio más de 200 puntos de luz. Resulta muy curioso comparar el fluido eléctrico que consumíamos entonces con las elevadas facturas que pagamos ahora.
(continuará…)
SER DE LA CASA. Por Marisa Salvá Matas
“Ésser de la casa”, este era el lema primordial de mi padrino Juan Matas, fundador de la empresa. Como sea que fui la primera en nacer de todos mis primos, también fui la primera en entender y asumir este principio.
Ser de la casa significaba, desde bien pequeña lo aprendí, colaborar en cualquier tarea considerada urgente y necesaria para la buena atención al cliente. Significaba quedarse muchas veces sin paseo o excursión. Si había que entregar un pedido importante se hacia “vetlada”, (vetlada = mañanas, tardes, noches, sábados, domingos y festivos) a fin de servir los pedidos de Philips, Ossas, Palmeras, etc., etc.
A mi, 5 o 6 años tendría, se me permitía colaborar en diversas faenas:
Recortar las marquitas del primitivo logo de Matas, desempañar los cristales que de dos en dos protegían y daban soporte a las diapositivas, clichés les llamábamos entonces, archivar los dibujos utilizados para su realización, tanto los de películas como comerciales, cortar las tiritas negras de nuestros representantes: Ripoll en Madrid, Juarez en Barcelona, Delgado en Sevilla, Sempere, Eli, Ganuzas, etc. y colocarlas en sus respectivas cajitas de cartón, cortar las cintas engomadas que mantenían unidos los cristales, rellenar los tinteros de las mesas de iluminado con las anilinas de colores, ayudar a mi madre a elaborar una pasta (calentando y removiendo cera virgen, tinta, brea y betún y no se que ingredientes más) utilizada para hacer reservas que facilitasen el coloreado de los fondos, fotos, rótulos y dibujos. “Empastar” le llamábamos a esta función. Una vez iluminada la diapositiva se retiraba la “pasta”con un algodón empapado en alcohol. “Desempastar” por supuesto.
Fueron naciendo mis primos Pepe, Isabel, mi hermano Jaime y algo más tarde mis otros primos Jaime e Isabel. A todos les correspondió en mayor o menor grado “ser de la casa” y fueron incorporándose a ayudar dentro de sus posibilidades.
En Matas, el año tenía sus épocas características:
En Navidad la avalancha de pedidos anunciando turrones, sidras, cavas, dulces, juguetes, espectáculos, etc. daba para muchas “vetlades”. Después del verano tocaba anunciar los aparatos de radio, las estufas y calentadores, los estrenos de cine, etc. En verano disminuían los pedidos, era el tiempo de limpiar cristales.
Los cristales provenían de placas fotográficas ya desechadas por los distintos estudios fotográficos existentes en Palma. Estas placas cortadas previamente con un diamante y unas plantillas se iban insertando en unos caballetes de madera con ranuras y se sumergían en una pila llena de lejía al objeto de desprender la capa oscura de gelatina. Luego había que darles manguera y después raspar con una hoja de afeitar la gelatina que había resistido al tratamiento. Estas operaciones nos ocupaban a todos, personal y colaboradores, durante varias semanas, todos con pantalones cortos en el patio trasero. ¡Era muy divertido! Lo malo vino cuando sufrimos una plaga de pulgas provenientes de los gatos que patrullaban los sótanos, ¡Madre mía! Olimos todos a Zotal durante semanas.
Otra operación a la que iban accediendo todos los primos según edad y veteranía demostrada era el corte de las cintas engomadas. Estas venían en rollos de 5 cm. de ancho y había que cortarlas por la mitad y…ufff eran muchos metros.
Suerte que disponíamos de la última tecnología. Esta constaba de:
– un largo tablón con topes, dos palos que sostenían un eje (como ejemplo: El soporte del papel higiénico) donde se colocaba el rollo, flanqueado por dos círculos de cartón, Una hoja de afeitar hincada oblicuamente en el tablón que al pasar la cinta la iba cortando a la mitad de su anchura. Otros dos palos sostenían una manivela que al girar estiraba la cinta y una vez dividida iba formando dos rollos. Donde faltase sujeción allí iban las pinzas de tender de mi abuela. No se quejó pocas veces, la pobre. ¡Inefable!
– una pequeña zizalla para cortar a medida tanto las cintas como las tiritas negras de las marcas o trocitos de cartón para rellenar los embalajes. Había que afilarla a menudo con una piedra porque sino las doblaba y rompía.
– Los caballetes de madera con muescas para limpiar los cristales y secar las diapositivas recién iluminadas… ¡Tecnología punta!
Como el primer oficio de mi padrino, antes de dedicarse a los “clichés”, había sido el de ebanista, seguía amando la madera y todos los aparatos, archivadores, muebles, cajones, estanterías, embalajes, soportes y artilugios acababan siendo de esta materia.
También recuerdo mi copiosa contribución en material gráfico.
Los cuentos que me regalaban de pequeña con dibujos de Mickey, Pluto, Donald, Bambi, Popeye, Pinocho, etc. iban desapareciendo paulatinamente al poco de leerlos. ¡Dios mío, que descuidada soy, todo lo pierdo! pensaba yo. Casi diría que me creó un trauma. Quince años más tarde, cuando me incorporé a la empresa, acabados mis estudios de Magisterio, al encargarme mi madre que me ocupara de los archivos de material gráfico, hete ahí que aparecieron mis Myckeys, Bambis, Donalds, etc., etc. que habían servido para ilustrar los “avisos” de Descanso, Prohibido fumar, Intermedio, Próximo estreno. ¡Aleluya! Ya no me sentí una irresponsable descuidada sino una colaboradora de la casa. Mi madre me confesó que ella me los requisaba para hacer los dibujos. Ser de la casa.
En las dos décadas posteriores fui asumiendo otras funciones dentro de la empresa, me ocupé sucesivamente del archivo gráfico, de las fichas técnicas, de la intendencia, de los impresos y talonarios, del atrezzo y últimamente del departamento de medios.
Entonces ya éramos algunos más “de la casa” y numerosos compañeros en: dibujo y rotulado, administración, recepción, laboratorio fotográfico, comerciales, informáticos, creativos, repartidores, etc.
También la tecnología se fue adaptando a las nuevas épocas.
Pero no puedo dejar de rememorar aquellos tiempos de mi infancia, a mis tíos, a todos aquellos compañeros, amigos y colaboradores de los que guardo muy gratos recuerdos.
Y aunque ya llevo tiempo desvinculada de la empresa, materialmente que no afectivamente, siempre acudiré y responderé al lema “ Els que som de la casa”.
Espero que mis primos, herederos y continuadores de la marca MATAS, me lo permitirán.
Marisa Salvá Matas